Yo empecé mi andadura profesional como auxiliar del señor D., pero como era la única en toda la administración que poseía el título de périto taquígrafo, y no sólo lo poseía, sino que, modestia aparte, era muy buena (aún lo soy, pero menos) con la escritura de signos, me convertí en la secretaria de toda la dirección. Cuando un jefe quería dictar una carta, allá iba Des. Así tuve que tragarme muchas reuniones con los directivos de otras empresas, de almacenes, con abogados, etc., hasta altas horas de la noche, escribiendo garabatos a toda prisa, mientras ellos hablaban, hablaban, y hablaban, para luego traducirlas y hacer los informes en limpio. Eso también me sirvió para saber moverme entre esa clase de gente y quitarme la timidez. Al principio, cuando me llamaban a la sala de reuniones, abría la puerta y me encontraba con diez o doce pares de ojos mirándome, el rubor me llegaba hasta la raíz del pelo. Y no veas, cuando el que me dictaba perdía el hilo de lo que estaba diciendo y yo, en voz alta, y otra vez con todos los ojos puestos en mí, tenía que leer parte de lo que llevaba escrito hasta el momento. Al poco tiempo, me acostumbré. Uno, porque a muchos ya los conocía. Y porque fui tomando confianza en mi misma y en mi capacidad para hacer bien el click aqui.
 
 
Este año me está costando mucho adaptarme al ritmo de trabajo después del verano. No sé qué me pasa. No es que me muera por trabajar pero siempre me gustó mi profesión y me sentía cómoda en la oficina. Pero ahora... se me hacen los días larguísimos, parece que el reloj se hubiera parado y esta semana se me antoja eterna. 
Me agobio. No, no me agobia el mucho trabajo. Habitualmente eso me suele dar vitalidad. Ahora me aburre hacer siempre lo mismo. No tengo ganas de hablar y me paso todo el día colgada del teléfono, con unos deseos inmensos de estamparlo contra la pared. El jefe no está por allí, pero no sé qué es peor porque me llama cada cinco minutos. Muchas veces, ni siquiera recuerda para qué me ha llamado ¡manda narices!. Digo yo si no sería más normal cuando pasa de buena mañana por el despacho comentar todo lo comentable. Pues no, acaba de salir por la puerta y ya está sonando el teléfono. Si fuera mi amante no me llamaría tanto, seguro. 
 
Y lo dificil que es hacer buena cara a las visitas y pintar una sonrisa, cuando estás deseando acabar y la cabeza quiere volar hacía otras latitudes. A veces, ni siquiera escucho, sólo veo una boca parlante y asiento, asiento, asiento, una y mil veces. Como una autómata. Cualquier día diré sí, cuando deba decir no, y viceversa.